Tener el privilegio de oír la voz de Dios es una muestra de que nuestro caso aun no está perdido. Sedequías fue la cúspide, el resumen, la conclusión misma de toda la maldad de los reyes de Judá. Sin embargo, Dios no quiere la muerte del impío, sino que se arrepienta y se vuelva a él. Dios hace un último llamado al arrepentimiento, el cual es a todas luces, inmerecido, pero, “para siempre es su misericordia”. Como dice el Espíritu Santo: Si oyereis ‘hoy’ su voz, no endurezcáis vuestros corazones. De nada aprovechará entonces oír la invitación amorosa del Señor, si resistimos su voluntad, y con incredulidad a su palabra, damos crédito a ‘nuestras palabras’, palabras de mentira. Así fue con este Rey, entregado a una mente reprobada, decidió rechazar la última oferta gratuita de salvación, ¿y qué pasó? Los caldeos degollaron a toda su familia delante de sus ojos, y luego se los sacaron, para apresarlo hasta el fin de sus días. Cuando rechazamos la luz del Señor de continuo y hasta el fin, lo que espera no es sino ceguera, densa oscuridad, prisión eterna, y ser privado de la palabra de Dios.
Atentamos ‘hoy’ al bondadoso llamado de Dios al arrepentimiento, y con fe en su palabra, aprehendámosla para vivir; por otro lado, rechacemos las falsas profecías, de nuestro corazón y de los pseudo-predicadores, Dios dice: “no los oigáis”. Su misericordia se renueva cada mañana, no obstante hay un punto que los que “vagan en su corazón” y los que “rechazan la luz del Señor”, son entregados a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen. No juguemos con la gracia de Dios, sino recibámosla para vivir, y estemos henchidos de gratitud, por poder escuchar un día más “la voz de Jehová” que nos llama.
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