El Rey o el gobernante supremo, es siempre la persona más libre de una nación. Puede hacer lo que le venga al corazón, tiene la capacidad de cumplir con amplitud los antojos de su corazón. En este caso el Rey de Judá “edificó casa espaciosa, la cubrió de madera y la pintó” (vs 13-14), en otras palabras, amó lo grandioso y lo bello, pensó en sí mismo y en lo que quería, y mientras con ímpetu corría el raudal de su egoísmo, pasaba a llevar sin escrúpulo a sus trabajadores reteniéndoles la paga justa; a los que clamaban a él por justicia, no atendiéndolos; condenando a los inocentes derramando su sangre; oprimiendo y sirviéndose de su prójimo demostraba que sus ojos y su corazón estaban volcados a su avaricia, hacia sí mismo. Y en la expectación de este Rey injusto, de este trono de maldad, de esta corona de avaricia (que, a propósito también se refleja en nosotros), nos preguntamos ¿habrá un Rey perfecto que conozca a Dios haga justicia y atienda a un huérfano o una viuda? Sí, lo hay. Hubo un Rey majestuoso, cuya morada sobrepasaba el cedro y el bermellón, revestido de gloria y hermosura, cuyos ojos y corazón no estaban direccionados hacia la avaricia, sino que estaban sobre los pobres pecadores. Hubo un Rey que no consideró la gloria celestial como cosa a qué aferrarse, y se despojó de ella humillándose a la forma de siervo; érase una vez, el creador del universo, entre nosotros, diciendo “no he venido para ser servido, sino para servir, y para dar mi vida en rescate por muchos”. El ser más libre de todos decidió atender a quien nadie oiría, como a huérfanos y a las viudas. Dio perfecta justicia a todos los rebeldes que pusieron en él su confianza, pues llevó sus injusticias y los envolvió con manto perfecto. Existe un Rey misericordioso al cual podemos acudir, que nos trata con infinita misericordia, y se inclina para oír nuestra voz, cuando exponemos nuestra causa delante de él. Cuando abrimos nuestro corazón y clamamos a él, no nos desecha, aunque nuestra condición pueda ser paupérrima, por el contrario, él escoge a lo miserable, a lo pobre, a lo humilde, a lo desvalido, pero que se extiende en fe y confianza hacia él. Tenemos un trono que es eterno, cetro de equidad es el cetro de su reino, él ama la justicia y aborrece la maldad, tenemos un Rey perfecto.
Preguntas de reflexión:
¿Confías en que el Rey Jesús murió por tu egoísmo y por tu avaricia, para darte justicia perfecta? ¿te extiendes hacia el Rey Jesús, abriéndole tu corazón, poniendo tu causa delante de él? ¿gustas la gracia y la misericordia que hay en Jesucristo, el soberano? ¿caminarás una vida justa y de equidad, atendiendo al trato que te ha dado tu Señor?
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