El cinto podrido fue la metáfora que Dios utilizó para amonestar la soberbia de su pueblo, la cual consistió básicamente en una cosa: no escuchar a Dios. Dios los había traído hacia él, como el águila a sus polluelos, como el cinto al hombre. Él deseaba una relación de pacto, de amor, en donde él sería su Dios y ellos su pueblo. Pero olvidar su amor, y desechar su voz, es el síntoma de la soberbia. El estado de autosuficiencia en el cual creemos que somos más sabios que Dios, así la palabra de nuestros malvados corazones es mejor que la exhalada por el eterno; los ídolos son verdaderos y por consiguiente Dios es falso y mentiroso. Este estado de locura solo engendrará pudrición. ¿Qué se puede esperar sino destrucción y corrupción? El cinto así podrido “para ninguna cosa es bueno”. No es útil, perdió su valor, no sirve más para nada sino para ser echado fuera como basura y que sea pisoteado. Así, nuestra soberbia nos llevará de mal en peor, Dios mira de lejos a los altivos, pero de cerca a los humildes, al que tiembla ante su palabra.
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