Nada, absolutamente nada de lo que ocurre en la vida de los elegidos de Dios es para destruirlos. En tanto, el Señor castiga con su vara de hierro a los impíos, con ira y furor a los que no le conocen, los hijos de Dios pueden estar confiados en que su Padre nunca los tratará así: “destruiré naciones, pero a ti no te destruiré” ¡que consuelo más grande! Dios no nos da conforme a nuestros pecados, ni nos paga conforme a nuestras iniquidades. A pesar de que él nos discipline, y nos castigue para corregirnos, como el Padre amoroso busca el bien de su pequeñito, así Dios procurará siempre nuestro bien, todas las circunstancias y acontecimientos de nuestra vida nos favorecerán para salvación. Aún más, no solo promete “no darles lo que merecen”, sino ¡darles lo inmerecido!: “yo estoy contigo”. Mi presencia estará contigo, en medio de tu dolor, y cuando otros sean destruidos, yo mismo estaré a tu lado. ¡No tengas temor! Si yo estoy contigo, ¿quién contra ti?
¿Podemos acaso encontrar un pensamiento más refrescante que este, en un día como hoy? Despierto, dice el salmista, y aun estoy contigo. Nos levantamos, y puede que la destrucción rodee, pero no llegará a ti, porque él es tu escudo y tu refugio, bajo la sombra de sus alas vives seguro. Que él sea tu porción hoy, y su presencia tu recreo en la tierra extranjera donde estás.