El tabernáculo diseñado y dado de parte
de Dios a Moisés, es uno de los pasajes ignorados hoy en las Sagradas
Escrituras. ¿Cómo una tienda construida hace más de 3000 años tiene algo que enseñar
a la iglesia hoy? Esas proporciones y detalle entregados en su construcción,
¿acaso no es solo un registro histórico que en nada ayuda a nuestra actual
generación? La disposición de las habitaciones ¿no fue algo simplemente dado en
la Ley ceremonial que fue abolida, y por tanto no tiene ningún significado en
el siglo XXI? Estas y otras preguntan explican el porqué del descuido de un
evento que toma casi la tercia parte del segundo libro de la Biblia, y está tan
extensamente citado por toda la Escritura.
En este trabajo se desarrollará
brevemente como esta tesis dicha en el párrafo anterior es Bíblicamente
Refutada. Demostrando que Cristo mismo está presente en el tabernáculo, en
figura y sombra. Si bien, la intención de este trabajo no es traer una aplicación
práctica, el solo hecho de encontrar a Cristo allí, será una contemplación del
evangelio que motivará al creyente a servir a Dios.
El tabernáculo como el tercer gran acto
de Dios, relatado en el libro de Éxodo presupone que Dios habita en medio de su
Pueblo, como su Dios, en una relación de Pacto. Dios tiene muchas cosas que
decir y mostrar a través de la educación teológica/pedagógica del tabernáculo.
En el Nuevo testamento, específicamente en el libro de Hebreos, se habla de que
este fue una “sombra y figura” de lo porvenir, y, en consecuencia los
Israelitas debían contemplar, por fe, aquella sustancia que revelaba la
construcción del tabernáculo. ¿Pero que era esta sustancia o cuerpo de la
sobra/figura del tabernáculo? Cristo mismo. Por tanto, en este conciso trabajo
se tratará de explicar y desarrollar la Cristología del tabernáculo.
Ø Desarrollo y descripción de
la Cristología del tabernáculo.
·
El
tabernáculo como un símbolo de la morada (habitación) de Dios.
Dos habitaciones interiores, con un patio
fuera, era la disposición general del tabernáculo. ¿Qué veían los Israelitas en
esta disposición del tabernáculo? Los Israelitas mismos vivían en tiendas y
Dios les pidió que hicieran una tienda para él (Éx 25:8, 22) posterior a la
entrega de la ley. No obstante sus tiendas eran sustancialmente diferentes a la
tienda que Dios les pidió construirle. ¿Qué nos dicen la Majestad de sus
cuartos interiores cubiertos de oro y azul? ¿Su hermosura y belleza en su
artística construcción? Esto nos comunica que Dios es Hermoso y Majestuoso. Los
Israelitas podían ver que había una diferencia, o, trascendencia de Dios, que
en contraste con ellos era magnánimo.
No obstante, Dios también por este acto
comunicaba que habitaba en medio de ellos, (Éx 25:8) o en otras palabras, que
era un Dios inmanente. A pesar de la grandeza demostrada en el Sinaí, en la
nube, el sonido y el gran monte; ahora Dios viene a morar con su iglesia. Ellos
iban camino a la tierra prometida, al descanso prometido, y Dios iría con ellos
en la tienda que sería llevada por la tribu de Leví y los sacerdotes
designados, a pesar de la rebelión futura del pueblo (Éx 33:15). La nube de
fuego, también simbolizaba más enfáticamente la presencia de Dios con ellos,
como en el bautismo de nuestro Señor Jesucristo se demuestra o en la
transfiguración, así la nube de día y la columna de fuego de noche representaba
que Dios habitaba en medio de ellos.
No obstante con la venida de Cristo la
morada de Dios encontró su final cumplimiento. He aquí la sustancia de la
figura del tabernáculo como la morada de Dios con su pueblo, pues Cristo Jesús
dice el original griego en Juan 1:14 “se tabernaculizó”. “Y aquel Verbo fue
hecho carne, y habitó (gr. skenoo
(σκηνόω): ‘hizo/extendió su
tabernáculo’) entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del
Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1:14). De hecho, la profecía
aludida en Mateo 1:23 apunta a este final hecho: Dios con nosotros, Emanuel. Su
gloria, sobrepasa la gloria de la nube y del tabernáculo, pues es el
resplandecer de su existencia. Y ahora, Cristo envía su Espíritu Santo, (nube
de fuego) para habita en su iglesia, dentro de cada creyente que ha nacido de
nuevo por la obra de Dios, haciendo que el Padre (Dios el Padre) por la obra de
Cristo (Dios el Hijo) y a través del Espíritu Santo (Dios el Espíritu) haga su
morada o tabernáculo dentro del creyente.
También otro aspecto ha de ser destacado
acerca de la morada de Dios, y es que, en la disposición del tabernáculo
expresa que para que alguien entre a la misma presencia de Dios debe haber un
sacrificio.
El cuarto interior más sagrado era el
lugar “santísimo” en el cual estaba expresamente prohibido que cualquier
persona entrase a excepción del sumo sacerdote, solo una vez al año. Esto, mostraba
que a pesar de que Dios dijese que habitaría en medio de ellos, su presencia
inmediata era virtualmente inaccesible para cualquier persona, comunicando así,
la Santidad de Dios, la cual era impenetrable. De hecho, el mismo velo, con su
grosor característico simbolizaba este aspecto del carácter de Dios, pues el
que violaba esta ordenanza irremisiblemente recibía la muerte, pues la paga del
pecado es la muerte (Rom 6:23). Evidentemente El Señor hacía distinción entre
su pueblo pecador y Él. La indignación de Dios por el pecado y su ira y castigo
de el es evidente en toda esta porción de las Escrituras, su Santidad mostró a
los Israelitas cuanto el aborrecía el pecado.
La única forma para entrar en esta
inmediata presencia de Dios era como se dijo por el sumo sacerdote una vez al
año y no sin sangre, vale decir por medio de un sacrificio (Lev 16). Este acto
de la sangre derramada del animal perfecto sin ningún defecto, mostraba que la
justicia de Dios debe ser vindicada, y alguien debía morir, pues la vida estaba
en la sangre, y esta era derramada al suelo en sacrificio por el pecado. Sin
embargo esto debía repetirse cada año, una y otra vez, en el tabernáculo y
después en el templo, en parte por la ineficacia de la sangre del animal para
limpiar el pecado, pues no podía hacer limpios de conciencia a los que por este
sacrificio se acercan a Dios (Heb 10:1, 5). Pues el sacrificio de un animal en
sí mismo es ineficaz para quitar el pecado. Entonces, este sacrificio parcial e
ineficaz debía simbolizar algo más profundo, de otra forma ¿cuál es la razón de
su institución? Ciertamente buscaba reflejar verdades más profundas a través de
estas leyes ceremoniales.
Estas verdades son en su sustancia las
mismas en el antiguo y nueva testamento, pero su forma cambia, pues la más perfecta
forma es cumplida con la venida de Cristo, quien es el [final] Cordero de Dios [y no de los hombres] (Juan 1:29). La culpa de los hombres es tan grande que los
hombres merecen la muerte eterna y la ira e indignación de Dios. Ellos no
pueden presentarse delante de la presencia de Dios pues serían consumidos por
su maldad. Esto es transversal para todo el género humano. Todos han pecado y
están destituidos de la gloria de Dios. No obstante el último sumo sacerdote
(que nos convenía) fue Cristo quien era “santo,
inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los
cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes,
de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del
pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque
la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del
juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre.” (Heb
7:27-28). Por tanto con la muerte expiatoria de Cristo tenemos entrada a la
presencia de Dios con libertad (Rom 5:1-2) y queda abrogado la ley anterior a
causa de su ineficacia en ella misma. “Queda, pues, abrogado el mandamiento
anterior a causa de su debilidad e ineficacia (pues nada perfeccionó la
ley), y de la introducción de una mejor esperanza, por la cual nos acercamos a
Dios. (Heb 7:19-18)
Y también, por esta muerte poseemos la
entrada al lugar santísimo, vale decir a la presencia inmediata de Dios por la
sangre de Cristo, pues cuando este murió y el velo del templo fue rasgado
demostrando así el último sacrificio expiatorio consumado. “Mas Jesús, habiendo
otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo
se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mt. 27:50-51) y: “Así que, hermanos,
teniendo libertad para entrar en el
Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que
él nos abrió a través del velo, esto es,
de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos
con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de
mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura Mantengamos firme, sin
fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.”
(Heb.10:19-23)
·
El
tabernáculo como un símbolo del Cielo.
Cuando miramos el tabernáculo vemos
elementos del cielo allí construidos y dispuestos. Tenemos por ejemplo los dos
querubines en las cortinas del velo y también diseñados en el arca del pacto. Los
cuales son replicas de los ángeles que guardan el trono de Dios en el cielo (Ez
1; Gen 3:24). Las cortinas están hechas de azul simbolizando la realeza azul
del cielo. Los diez mandamientos están depositados en la misma arca del
testimonio (Ex 25:21), en el lugar santísimo lo que refleja el santo carácter
de Dios. De hecho, el arca también posee querubines mirando hacia ella, no
obstante esta arca está vacía, lo que muestra que Dios no puede ser
representado por imágenes, tal como el segundo mandamiento lo ordena, no obstante
toda la disposición del tabernáculo habla de un ambiente celestial, pues tal
como se vio en 2.1 refleja esto la habitación de Dios. Así el tabernáculo mismo
es una representación del cielo, la habitación de Dios.
El cuarto más íntimo, vale decir, el lugar
santísimo tiene una dimensión de 10 codos de largo por 10 codos de ancho por 10
codos de alto , es decir medidas perfectas; el lugar santo (que era el segundo
cuarto íntimo), media 20 codos de largo por 10 codos de ancho por 10 codos de
alto, es decir, menos perfecta que la habitación anterior, y deriva su
perfección en dimensiones de ella; El patio de afuera por su parte derivaba más
imperfección geométrica al tener 50 codos de ancho, 100 codos de largo. Es
decir, la habitación más íntima era un cubo perfecto en sus dimensiones,
mientras que las otras derivaban perfección y eran menos perfectas.
Tenemos de forma similar el material del
cual eran hechos los elementos, el altar de bronce estaba en el patio de
afuera, mientras que se acerca al lugar santísimo solo el oro es permitido. Lo
que quiere mostrar la calidad y perfección del material que conformaba el
tabernáculo a medida que se entraba en él cada vez se volvía más majestuoso,
mostrando en final medida el carácter majestuoso hermoso y perfecto de Dios,
tanto en sus dimensiones geométricas como también en la confección y el
material de sus partes.
El santuario mismo (el tabernáculo)
representaba sin duda las cosas celestes: “Fue, pues, necesario que las figuras
de las cosas celestiales fuesen purificadas así” (Heb 9:23), ¿pero Cristo entro
en el tabernáculo hecho de manos humanas? Lo cierto es que no, pues esto era
solo una figura. El autor de Hebreos aclara este punto: “Porque no entró Cristo
en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo
para presentarse ahora por nosotros ante Dios (Heb 9:24)” ¡Qué glorioso! Cristo entro en la sustancia de aquello que representaba
el tabernáculo ¡El cielo mismo! Podemos contemplar la imagen de lo que pasó
allí, tal como el sumo sacerdote entraba con un sacrificio de animal al lugar
santísimo ¡Pero esto se hacía cada año! “Porque no entró Cristo en el santuario
hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse
ahora por nosotros ante Dios; y no para
ofrecerse muchas veces, como entra el sumo sacerdote en el Lugar Santísimo cada
año con sangre ajena. De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas
veces desde el principio del mundo” (Heb 9:24-26) ¡Pero Cristo entro con su propia sangre para purificarnos de nuestros
pecados! “pero ahora, en la
consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio
de sí mismo para quitar de en medio el pecado.” (Heb 9:24)
Ø El tabernáculo como un
Símbolo del Mesías
La más gloriosa sustancia del tabernáculo
se encuentra en verlo en la disposición de la redención de Dios para su pueblo
a través de su sacrificio, o sea la redención, lo que nos revela al Mesías.
“9:7 pero en la segunda parte, sólo el
sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por
los pecados de ignorancia del pueblo;
9:8 dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie.
9:9 Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto,
9:10 ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.
9:11 Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación,
9:12 y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.
9:13 Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne,
9:14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Heb 9:7-14)
9:8 dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, entre tanto que la primera parte del tabernáculo estuviese en pie.
9:9 Lo cual es símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas y sacrificios que no pueden hacer perfecto, en cuanto a la conciencia, al que practica ese culto,
9:10 ya que consiste sólo de comidas y bebidas, de diversas abluciones, y ordenanzas acerca de la carne, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.
9:11 Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación,
9:12 y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.
9:13 Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne,
9:14 ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Heb 9:7-14)
Como se ha visto el tabernáculo era una
copia o sombra de la verdadera morada de Dios en el cielo (Hebreos 8:5; 9:24),
mostraba como Dios trataba con el pecado del hombre, y su entera disposición
indicaba el carácter de Dios, el carácter de la salvación, y el carácter de
cómo (a través de qué) acercarse a Dios. Lo cual es una sombra y figura del
trabajo y obra final de la salvación del Mesías. Las cosas terrenales nunca
podrían igualar a las celestes. Y así, vimos que a pesar de lo majestuoso el
tabernáculo nunca será la última morada de Dios (¡si ni los cielos de los
cielos lo pueden contener! dice Salomón) como tampoco el sumo sacerdote
terrenal, era el último representante del pueblo (¡pues tenían que entrar una y
otra vez cada año! Y también limpiar sus propios pecados) pues eran sacerdotes
imperfectos; ni tampoco los sacrificios ahí ofrecidos eran la cuenta final que
quitaba los pecados, pues nada podían borrar en sí mismos.
La pregunta que queda hacerse nuevamente
es: Si el tabernáculo mismo y su disposición, si el sacerdocio levita, y si los
animales eran imperfectos y no podían compararse a la realidad, ¿por qué pues
Dios lo dio? La respuesta es simple, y es que todo apuntaba a la realidad,
sustancia y cuerpo de estas figuras: Cristo mismo.
Las leyes eran santas, puras, perfectas,
pues eran de origen divino, el hombre no lo inventó sino que Dios mismo lo
instituyó. ¿Y los Israelitas, cómo entonces se salvaban? ¿Por estas leyes
ceremoniales? ¡Por cierto que no, en ninguna manera! Sino por la fe en Cristo.
Estas figuras y sombras fueron dadas para ver más allá, fueron dadas para ver a
Jesucristo el fin de estas cosas. La imperfección de estos rituales debería
mostrarles a la iglesia del desierto que ellos necesitaban algo más allá, algo
más real. Encontrarse en la misma presencia de Dios (el cielo) por medio de un
mediador que sea suficiente para las demandas de Dios (o sea Dios mismo) pero
que también sea un hombre en representación de los pecadores “Porque todo sumo
sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en
lo que a Dios se refiere, para que presente ofrendas y sacrificios por los
pecados; para que se muestre paciente con los ignorantes y extraviados (Heb
5:1-2) una persona que fuera Dios y
hombre (Rom 9:5) “Cristo,
el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén.”, quien
cumpliera la ley de Dios, pero también llevara el castigo de aquellos que
representaba quienes habían violado la ley de Dios. Todo esto fue cumplido
hermosa y armoniosamente en Cristo Jesús.
En otras palabras Dios estaba diciendo
de forma pictórica a los Israelitas en el desierto: “Miren, esta es mi
provisión para ustedes, esta es la forma en que los redimo”. Los Israelitas
tenían verdadera comunión con Dios cuando ellos respondían a lo que Dios decía
en su tabernáculo. Ellos confiaban en el Mesías aun sin conocer los detalles
del cumplimiento final de la redención, recibían perdón por la fe en Cristo aun
cuando este ¡aun no había venido! Cristo
se encontraba con ellos a través del simbolismo de los sacrificios.